El regreso a la caverna

I

Sobre una playa 
la luz me lame, me ciega. 
Calculo dónde encajar las uñas
y las hundo en mi carne 
pegada al hueso. 

Cruzo el umbral 
del dolor de altas alturas,
toco las marcas, sus formas,
los surcos que me guían 
por un paseo dactilar. 

Mientras incrementa la violencia de las aguas,
me doy cuenta de que no estoy sola, 

¿cómo podría?

Estoy encallada con seres adheridos a mi piel,
siento cada una de sus agujas afiladas 

a base del roce de olas perpetuas. 

Bajo el sol, ciertamente
se dibuja que sigo viva en el mapa de mis venas 
de sangre espesa 
de presión lenta. 

Los insectos desde todas las distancias 
me ensordecen y, en ese momento de turbación 
aumenta la fuerza de mi cuerpo para sobrevivir 
a pesar de esta alma agraz 
siempre en fuga. 

Sin rumbo y sin saber bien qué es 
lo que me impulsa,
sube la espuma de mis nervios 
con el ritmo de mi marea
y mi alma se refleja en la música del agua 
retrocediendo en la arena tibia.

Recuerdo mis primeros pasos
y la necesidad de andar a tientas
dominando el equilibrio…

II

Frente a la gran cueva
imagino su interior,
el misterio de lo profundo
golpeándome el estómago
al ver su entrada por primera vez.

En esta montaña dormida,
atravesada de una intimidad húmeda,
padezco el mareo
de no volver a ver la luz y sus sombras.

En sus galerías nocturnas
están emboscadas corrientes de aire
jugando a buscar la salida
antes de extinguirse.

Los animales ciegos de su entraña
buscan agua en filtraciones,
y su sonar localiza estalactitas 
cuando andan tras una presa.

La latente criatura musculosa,
entre la oscuridad más absoluta,
aparece en el roce húmedo 
por el escalofrío 
de su calambre.

A lo lejos un río corre
con tenue rumor en aquel vientre.
Túmulo expandido bajo las estrellas
que me mata y me devuelve a la vida.

Indisoluble unidad del cuerpo y el alma
aquel traspasado por ésta,
para que sea
para que su orgánico ser
se exprese y gire
en el goce del misterio de la vida
después de la muerte en la caverna.

III

Aparece el “otro”
y la distancia entre cada punto de la serie
hace el ritmo del silencio musical
en que la vida se comunica.

Sensación de prisma basáltico
reticulando el cuerpo sin habla
en instantes de siluetas imantadas.

¿Puedes imaginarme sin nombre?
¿sin pronombre puedes existir?
Cómo vibran los miembros
cuando se nos va el color
en la humedad 
de todas las temperaturas
buscando estar adheridos.

El tiempo no condicionado a la luz 
ni a la oscuridad de los días
se desvanece en el placer 
que recae en la piel lasciva 
y prolonga el deseo.

Es appetito di bellezza
extendiendo la fecundidad de la vida
al darse sin impedimentos
en la nuda extensión del pulso.

Junta de sombras fáctica,
rara vez antropomorfas,
en el canto del coro infinito.

Ya no sobrevivimos,
lo básico está colmado,
derramándose en los dedos,
ejerciendo la igualdad.

Brillan los ojos reflejados en otros ojos
sobre la superficie de agua 
clara y luminosa.
Flotamos juntos en la corriente mansa
hacia el cauce de la risa 
y a la salida: 
un pozo fulgurante. 

La sorpresa que es el Yo 

Insiste el otro en reflejarme,
en hacer visible la fisura,
oro adentro 
de mi erupción volcánica.

No pide otros ojos
sino los míos.
No otras ansias 
sino las que me visten.
No otro pensar 
sino por el que soy
estos tajos de piel 
junto a mi sombra 
descarnada.

Mi lengua ennegrecida 
roza con asco 
la pudorosa abstracción 
de sensaciones,
lo que en mí se retuerce 
en el lodo de la primera lluvia.

Trío gemelar,
dos contra uno,
uno de ellos igual a mí.
El segundo intentando
hacer junto al tercero
la luz de mi deseo 
en el aliento maravilloso
antes del trago biliar 
de la razón.

Los hologramas quedan 
a baja temperatura
repitiéndose 
exaltando lo que tiene vida propia,
y es insobornable 
para mi cuerpo 
cuando estalla.

Sola de nuevo 
abro los ojos
para ver si esta vez y en adelante
me desconozco 
o giro en la celda de la memoria 
sin salida.




Túnica tántrica  

Ataviada de una túnica tántrica,
soy la escollera del mundo
como lo que hay en la ostra
de quietud y silencio.

De mí emerge  
una salmodia opiácea 
para el solitario 
acendrado de reverberaciones
en la sublimación de los otros.

Mi coraza carcomida por el fuego  
al inhalar ardores 
en las dióxidas horas del cuerpo
va cayendo.
Sutura estirándose 
en la carne dormida,
clama mi sangre secarse en costra. 

Inventaré un tálamo suculento
que imite el calor 
y la silueta de alguien más
con todos los rostros intermitentes.

El pensamiento 
no se intuye a sí mismo,
sin señalamientos aparca en el cuerpo,
lo domina y conquista.

Este reino de las ideas 
ha vencido con su lenguaje de oro 
a lo que yace
pulsando en las profundidades 
de mi vientre marino.

Imagen tomada de Marcus Blättermann

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Escrito por:paginasalmon

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